Te echo de menos.
De
esa manera profunda, dura, agónica casi hiriente.
Y
es estúpido y pueril y del todo ingrato porque tengo la plena constancia de que
tú no lo haces. Tú, ni siquiera te acuerdas de mi.Serías capaz de pasar mil
veces por delante del viejo banco de madera en el que nos conocimos y no
recrear aquella imagen en tu memoria ni siquiera un segundo.
¡Qué
paradójica es a veces la vida!
¡Cómo
es posible que alguien sea tan importante para nosotros cuando en cambio
nuestra presencia apenas dejó huella en sus vidas!¡Cuán ilógico y doloroso!
En
cambio yo, paseo por las calles del viejo Paris buscando una excusa a
cada paso para traerte de nuevo a mi vida:llenarme de ti y de tus silencios. De
las palabras nunca dichas, de las calladas caricias,de los besos que no diste y
de los abrazos que me guardé.
Y
¿de qué sirve echarte de menos?Yo no gano y tú pierdes la libertad de ser quien
quisiste ser: el hombre herido por no ser amado por nadie. Ahora resulta que yo
te amo, pero eres tu quien no quieres amar.
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