No éramos nada. Mejor dicho, no éramos
nada siéndolo todo.
Para nosotros no existían etiquetas.
No se puede etiquetar todo. Hay
relaciones tan especiales que se saltan los convencionalismos.
Los dos sabíamos sin necesidad de
hablar que podíamos compartir con los demás nuestra vida: salir con nuestros
amigos, ir de compras, al cine, enamorarnos…Todo cabía en nuestra relación.
Siempre estábamos el uno para el otro.
Pero había algo que nos
pertenecía. Solo era nuestro. Nuestra piedra filosofal. Era ese momento de
unión perfecta. Nunca había sido necesario verbalizarlo. Hay cosas que no se
expresan con palabras.
Pero un día sentí como si un
espada forjada con fuego valirio me atravesara el corazón por la espalda y supe
que él lo había hecho. Él estaba sentado a la orilla del mar con ella.
Ya nada podría volver a ser
igual.