Releo las miles de cartas que escribiste.
Que me escribiste.
Sé que no debo hacer
esto.
No debo hacerme
esto.
Pero he pensado que
tengo que entender algo.
Releo todas ellas y
no es posible pasar de la primera sin que las lágrimas broten de mis ojos
eufóricas.
Quiero creer que me
quisiste. Es imposible fingir lo que dicen esas letras, y nunca fuiste un buen
actor, ni siquiera un gran mentiroso, descubrí cada uno de tus embustes, hasta
el de que me seguías queriendo.
Cojo las cartas
entre mis manos y las acerco a mi pecho. Aun huelen a ti. A como oilías antes de
ella.
Huelen a recuerdos.
Huelen a nosotros. Huelen a ese invierno que jamás volverá.
Huelen a perdón y
oportunidad. A peonías y a té.
A ganas de quererme
y deseos de quererte.
Y paso la mano
lentamente por tu perfecta caligrafía recordando cuando abría el buzón y me
sentaba al lado de la chimenea a leer aquellas líneas que acaba recordando de
memoria como si fuera yo Cyrano y tu Roxana, solo que al final yo si que fui
Cyrano …
Quiero traerte a mi
de nuevo, pero traerte a ese momento. Al de esas viejas cartas. A aquel en que
todo era posible, a aquel en que tu me querías y yo te soñaba.
Aquel en que la vida
era una oportunidad para amarnos y no una tortura porque tu ya no estás y cada
instante es una agonía.
Releo esas cartas
porque dicen que si duele es que al menos fue verdad, y es lo único que me
queda.
SI yo no conservo
nuestra memoria no habremos existido nunca.
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